Armando, un héroe belicho

Una historia, entre tantas, de un joven catamarqueño que participó de la guerra de Malvinas. Un recuerdo entre el amor de su familia y el olvido de muchos.
Armando Orlando Cedrón tenía 17 años cuando por su propia cuenta decidió alistarse en el Ejército. Una comitiva había llegado a Belén al poco tiempo que el joven había egresado de la escuela secundaria, y fue suficiente para que decidiera sumarse a la fuerza.
“Siempre le gustaba jugar a que era un soldado y su fusil era un palo de escoba”, recordó su mamá Verónica. Armando se anotó para ingresar a la Escuela Militar, pidiéndole un peso prestado a un profesor que había encontrado en el camino. Necesitaba solo un billete para comprar la ficha de inscripción, y como no lo tenía le sacó prestado a un profesor vecino. “Llegó a la casa y me pidió un peso para devolverle al profesor. Cuando me dijo lo que había hecho solo dije: ‘¡Ay Dios mío!’, no hallábamos qué hacer…”, exclamó la mujer.
Al poco tiempo, Armando partió de Belén, cargado de ilusiones y sueños de ser lo que siempre había deseado. Cursó sus estudios en la Escuela de Infantería de Marina en Mar del Plata, logrando ser destacado como abanderado, y egresó con la jerarquía de cabo segundo en diciembre de 1981. A los pocos meses, llegó el día en que debería poner a prueba su vida en defensa de su país, y partió desde el Puerto Belgrano hacia las Malvinas en la operación “Rosario”.
“Mi hijo me contó que los llevaron de viaje, subieron a un barco y mientras viajaban iban rezando, nadie sabía a donde iban, recién una vez que pisaron tierra les dijeron que estaban en las Malvinas”, recordó.
Armando vivió la guerra en carne propia. “Mi hijo me contó que cuando tomaron la Casa de Gobierno, él se ocultó detrás de una piedra y allí revotaban las balas. La orden que tenían era la de no atacar”, recordó su hermano Raúl, quien en aquel momento solo tenía 8 años cuando su hermano decidió ser militar.
“Yo me enteré porque la gente vecina había escuchado la radio. Siempre me quedaba sola en la casa, porque los chicos estudiaban, y justo ese día no escuché la radio. Unos vecinos vinieron y me preguntaron: ¿Qué supo de su hijo?’. Les dije: ‘¡Me avisó que estaba bien!’. El me había mandado una carta el fin de semana, como siempre lo hacía desde que se había ido a estudiar. Me dijo el vecino: ‘Usted sabe que hay guerra y que los chicos de la Armada están ahí’. Lo único que atiné a hacer fue dejar la comida que estaba preparando, y me fui a prender unas velas en la iglesia, me fui a pedirle a la Virgen que me lo salve”.
Después de que tomaron las Islas, Armando fue trasladado al puerto de Río Grande, donde permaneció tres años luego del fin de la guerra. El día en que tenía que regresar a su casa porque salía de licencia, y coincidía con el festejo porque su hermana había egresado del nivel primario, Armando tuvo un accidente que le costó la vida. Había sobrevivido victorioso a las Islas, y un mortero que explotó de imprevisto en el puerto le arrebató la vida. “El policía vino a dejarnos el aviso y de ahí ya no recuerdo más. No me acuerdo mucho, con el dolor me quedó poco en la memoria”, dijo la mujer, que hoy tiene 75 años.
Armando era el  tercero de siete hijos. “Sufríamos mucho, porque él era el único que se había ido lejos, y se fue muy joven. Todos los fines de semana yo tenía mi carta. Cuando él estudiaba recibía una beca, y no sé cómo hacía este chico, pero dentro de la carta que me mandaba llegaba un billetito. Todos los días 6 yo recibía un giro. Él nos ayudaba con los chicos que estaban estudiando”, recordó.
El cuerpo de Armando descansa en Belén.
Sin memoria
Con el paso de los años, la familia se propuso iniciar un proyecto con el objetivo de que en Belén se construyera un monumento en memoria de los ex combatientes belichos en Malvinas, que fueron cuatro. Pese a que el proyecto fue aprobado allá por el año 2008, y bajo el compromiso de que se inauguraría en el 2010, la obra nunca se hizo.
Además de Armando, habían afrontado la guerra el sargento Aybar, quien falleció muchos años después, y dos muchachos de apellido Carrizo. El homenaje para ellos nunca llegó.
Decididos a brindar aunque sea con sus propios esfuerzos un homenaje a Armando, la familia mandó construir un monumento con un escultor de Belén.  “Agatas lo terminamos de pagar, pero ya lo pagamos, ya tenemos el soldadito”, dijo su mamá orgullosa.
La familia aún trabaja en este ambicioso proyecto de mantener en la memoria no solo un hijo, un joven que dedicó su vida a servir a su país, y que tuvo el honor de dejar su sangre en el suelo argentino, donde hoy flamea una bandera desconocida.
Mientras las autoridades hacen oídos sordos a la memoria, la familia Cedrón busca el lugar perfecto en la vereda de su casa, donde finalmente descansará “el soldadito”.
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