Una noche en la zona cero del desastre: la desolación de las calles de Valencia donde el agua arrasó con todo
En un recorrido nocturno por Paiporta, una de las localidades más afectadas por la tormenta Dana, los vecinos de Valencia intentan recuperar lo poco que les quedó después de las inundaciones.
Esta es una zona de guerra”. Los militares ya están en la zona cero de Valencia, esa que está al suroeste y que fue arrasada por la tormenta Dana. En el retén, un cabo nos advierte que lo que veremos más adelante nos marcará para siempre, y así será.
Pasamos dos controles con el argumento, verdadero, de que llevamos agua, barbijos y ropa para unos amigos. Paco y Marta estaban al final de Paiporta. Recorremos unos 5 kilómetros de calles oscuras, llenas de lodo y con cientos de autos apilados a los costados. Cuadras y cuadras tapadas de sillones, camas, mesas, sillas, armarios, heladeras, televisores, cocinas y lavarropas tirados al costado de la calle, arrastrados hace apenas unas horas por el agua que no dio tiempo a nada.
Recorrer la “zona de guerra” genera tristeza. Paiporta es una localidad de 27 mil habitantes que está pegada a Valencia en dirección al suroeste. Pese a que fue fundada en 1676, cuenta con numerosas urbanizaciones que no superan los diez años, con edificios de tres y cuatro pisos totalmente nuevos y con todas las comodidades de las que puede gozar la clase media valenciana. Si hubiera que compararla, seguramente sería algo así como Vicente López.
Es de noche y no se puede entrar, a menos que lleves ayuda para familiares o amigos. Algunos vecinos reportaron robos y por eso los militares patrullan las calles día y noche. A medida que nos adentramos, vemos topadoras, camiones de bomberos, tiendas de campaña, carros militares, mangueras y bombas para sacar el agua y mucha, pero mucha basura a los costados. El agua lo arrastró todo.
A cada paso se ven las luces de las sirenas azules de la policía, que funcionan como la única luz de la que disponen los vecinos, además de las luces de los faros de nuestro auto. El panorama es desolador y no hacemos más que avanzar por calles que se ven todas iguales, amarronadas y tristes. Se siente el desánimo, pero también se siente esa solidaridad que está en el aire. Las imágenes que transmite la televisión con las peregrinaciones de gente que cruza los puentes, enfundados en botas, guantes y con escobillón en mano para sacar el lodo. A esta hora ya los vemos volver, extenuados y con barro hasta la cabeza.
Después de unos 20 minutos llegamos a la calle de Paco y Marta. Hay un olor muy feo, que se siente incluso con los vidrios bajos. Justo enfrente hay un supermercado con las puertas tapiadas con chapa. El olor viene de ahí, de la comida que se pudre sin remedio adentro del local.
“Bajamos en 5 minutos”, dice Paco. Aprovecho para recorrer. No hay luz y la señal de celular es muy débil. Intento no embarrarme hasta el cuello, pero es difícil. Me cruzo con autos de alta gama dados vuelta, totalmente inutilizables. Hay televisores, computadoras, auriculares, heladeras, juguetes…
A un costado, unos vecinos intentan sacar el agua del garaje de su edificio. Me dicen que sus autos están ahí abajo y que no los han podido sacar todavía, y que encima el garaje tiene dos plantas. Quiero preguntarles si ahí debajo puede haber gente dentro de los coches, pero no me animo. Bastante tiene esta gente como para hurgar en la herida.
“Tuve que sacar a mi familia por la parte del jardín, romper a patadas una reja y sacar a los chicos por esa parte porque el agua no paraba de entrar en la casa”. Quien me cuenta es Manolo, un hombre corpulento de unos 40 años que lucha junto a otros dos vecinos por hacer funcionar la bomba para poder sacar el agua. Él y sus hijos colocaron un oso gigante en la ventana y le escribieron una leyenda que dice: “Muchas gracias por ayudarnos”.
Manolo lo perdió todo, su auto está en el garage y seguramente ya no sirva para nada. Su casa aún está inundada y sus electrodomésticos todos quemados. Me alejo caminando y su remate es todo lo que necesitaba escuchar esta noche: “Estamos vivos, eso es lo importante”.