Murió Héctor Alterio, un gran actor que supo en sus últimos años vencer a su peor enemigo
El prolífico artista de 96 años se mantuvo activo hasta el final; en 2023 había regresado al país para presentar una pieza muy personal

En la mansedumbre de sus últimos años, Héctor Alterio había logrado vencer a su peor enemigo. Llevaba luchando casi toda su vida contra una de las mayores angustias de un artista: el miedo a la inestabilidad laboral. Y lo hizo de la manera más inesperada, a través de sus hijos: “Papá nos enseñó que en esta carrera todo es fugaz y que nunca te la tenés que creer. Y también nos enseñó a disfrutar cuando hay trabajo y no angustiarse cuando no lo hay”, confesó no hace mucho tiempo Malena, la menor.
Haber eliminado esos fantasmas fue el mejor regalo del tramo final de la vida de Alterio, un tiempo en el que pudo disfrutar del constante éxito de sus dos hijos, completamente arraigados a España, la patria adoptiva familiar, mientras conservaba intacta su vigencia de actor aplaudido y reconocido por el público de los dos mundos geográficos y artísticos que mantuvo unidos hasta el momento de la definitiva despedida, que se produjo hoy en Madrid, según confirmó su familia. El actor tenía 96 años.

Malena y Ernesto Alterio son figuras muy reconocidas en el mundo hispanohablante del cine, el teatro y la TV, con ocasionales trabajos para el cine argentino, sobre todo en este último caso. “Esta trascendencia sé que no les va a afectar en su vida y eso habla a su favor porque están llevando esta profesión con realismo, y eso me tranquiliza a mí y a la madre, a mi mujer. Les queda mucho camino por recorrer”, reflexionó.
Ese triunfo previo al adiós se pareció mucho al consuelo y, quizás, también a una amable resignación. Durante un largo tiempo, lo último que deseaba Alterio era que sus hijos siguieran el camino que había elegido y que lo convirtió en uno de los actores de habla hispana más decisivos del último medio siglo, reconocido y admirado como un grande en su país natal y también en su segunda patria, España. Allí se instaló como víctima de un forzado exilio que nunca llegó a entender. Pero aquella amenaza de la tenebrosa Triple A, que lo incluía en una lista de condenados a muerte, venía en serio.
Un cambio de sentido
Corría septiembre de 1974 y Alterio había llegado a España para acompañar la presentación de La tregua en el Festival de Cine de San Sebastián. Ya se había ganado un nombre como uno de los grandes protagonistas del cine argentino de ese momento con apariciones muy destacadas en La piel del amor, Quebracho y La Patagonia rebelde. Pero la gran película de Sergio Renán, que poco después se convertiría en la primera candidata al Oscar que representó a nuestro país, cambió su vida en todo sentido.
Alterio consiguió una semana de licencia en el teatro en donde estaba representando Sabor a miel y pudo viajar al País Vasco. En ese momento llegó al teléfono de su casa el primer llamado, inquietante y amenazador, de la Triple A. Lo primero que pensó Alterio es que se trataba de una equivocación. “Yo estaba a 11.000 kilómetros y no podía volver a mi país. Al principio me causó risa. Pero cuando la Triple A empezó a matar gente, mi mujer, con mi hija de seis meses y mi hijo de dos años y medio, vino para aquí para comenzar una aventura, incierta por cierto, pero afortunadamente superada”, recordó muchos años después en una entrevista con el diario español El País.
Fue su esposa de toda la vida, Tita Bacaicoa, la que recibió en Buenos Aires la primera amenaza, por correo. “Yo estaba en España en el mejor de los mundos cuando mi mujer me llamó y me dijo que esperara un tiempo, que a lo mejor todo pasaba rápido. Hasta que llegó otra amenaza, esta vez al hotel Wellington, donde yo estaba parando con toda la delegación. Temblando, el conserje vino a decirme que un argentino se había presentado para advertirle que si seguían albergando a un anarquista o comunista corrían riesgo los 700 pasajeros. Ahí me planté y le dije: «No se preocupe, porque ya mismo me voy a otro lugar». Pero nunca pude entenderlo”.
Años después descubrió que la razón de las amenazas tenían que ver justamente con La tregua. Al grupo terrorista de ultraderecha que se movía a sus anchas en el gobierno de la viuda de Juan Domingo Perón no le gustaba nada ese retrato de familia disfuncional expuesto en la película de Renán, especialmente porque el personaje de Alterio tenía un hijo homosexual (interpretado por Oscar Martínez). Ese disgusto se extendió a los militares que tomaron el poder en 1976. “Lo que pasa es que usted elige mal las películas. No tiene que hacerlas más”, llegó a escuchar de boca de un alto jefe uniformado.
De no haber recibido esas amenazas, Alterio difícilmente habría tomado el camino del exilio. “¿Adónde iba a ir? -se preguntó mucho después, trasluciendo un rasgo vital de su temperamento-. Viajar se me hacía difícil. No por la economía, sino por mi manera de ser. No imaginaba trabajar en otro lugar que no fuera la Argentina. Lo máximo que pensaba era en cruzar a Montevideo”.
Sin embargo, de un día para el otro tuvo que levantar su departamento, vender su auto (un modesto Fiat 600), dejar a sus amigos y sobre todo verse forzado a resignar sus hábitos de hombre metódico. En especial las largas caminatas por las calles de Chacarita, el barrio en el que se crio. Allí, a los ocho años, descubrió gracias a la ayuda perspicaz de uno de sus maestros que podía hacer reír mientras cumplía una penitencia.”La diversión que generaba a mis compañeros me proporcionó en cierta medida el gusano del protagonismo y así empieza a nacer mi vocación”, le confesó a LA NACION en su última entrevista, a comienzos de noviembre de 2020.
Sus comienzos
Había nacido el 21 de septiembre de 1929 como Héctor Benjamín Alterio Onorato, hijo de inmigrantes italianos de la región de Molise. Tenía 12 años cuando falleció su padre y ese hecho marcó su personalidad. La timidez que empezó a aflorar desde ese momento era el reflejo más visible de un dolor que no conseguía mitigar. Tuvo que salir a trabajar mientras trataba al mismo tiempo de llevar adelante aquella temprana vocación artística descubierta en la escuela primaria.
Después de terminar sus estudios de arte dramático repartió su tiempo entre un empleo como corredor de Terrabusi (una experiencia seguramente decisiva para su consagratorio papel en La tregua) y su participación en la compañía Nuevo Teatro, uno de los grandes movimientos renovadores de la escena local en los años 60, creada por Alejandra Boero y Pedro Asquini. “Eran años de cierta bohemia y el descubrimiento definitivo de mi vocación”, evocó una vez. De ese repertorio asimiló también un compromiso social y político que lo acompañó toda la vida.
En 1970 tomó la decisión simultánea de renunciar a Terrabusi, dejar Nuevo Teatro y casarse. Pero cuando empezaba a cosechar los frutos del cambio y al mismo tiempo su carrera en el cine empezaba a consolidarse llegaron las amenazas y el forzado exilio. “Allí comenzó una aventura terrible -evocó dos décadas después- Empiezo a vivir en casa de amigos, pasaba las noches durmiendo en el suelo. Después llegó mi familia, pero yo ya estaba en un estado emocional muy fuerte. Lloraba de la mañana a la noche. Y mi hijo me preguntaba: ¿papá, en qué idioma hablan acá?”.
Alterio siempre recordó a Miguel Gila, Nuria Espert y el productor Elías Querejeta como las figuras españolas que compensaron con su solidaridad constante las penurias constantes de esos primeros años sin trabajo y sin papeles, instalado en una modesta pensión madrileña. A diferencia de otros argentinos instalados por entonces en España con gran reconocimiento (Alberto de Mendoza, Analía Gadé, Luis Aguilé, Joe Rígoli), Alterio era un total desconocido, entre otras razones porque no había elegido voluntariamente como los demás estar allí.
Querejeta le consiguió un pequeño papel en Cría cuervos, de Carlos Saura. “El primer día tuve que hacer de muerto -evocaba en 1984- y estaba tan nervioso que los párpados me temblaban como hojas. Nos pasamos el día rodando esa escena. Tomé varios whiskies, pero no lograba serenarme. Miraba a mis compañeros españoles y suponía que estarían pensando: «¡Pues mira este argentino, ni de muerto puede hacer!». Pero Saura me tuvo paciencia y al día siguiente rodó la escena sin decirme nada. Salió todo bien”. Debió esperar cuatro años después de aquel ingrato debut para que alguien le dijera luego de filmar El crimen de Cuenca, de Pilar Miró: “Héctor, ya eres de los nuestros”.
Un salto internacional
Desde entonces y hasta hoy, las apariciones de Alterio en el cine, el teatro y la televisión, sobre todo en España, fueron innumerables. Uno de los primeros ejemplos fue Asignatura pendiente, de José Luis Garci. En la copia que se estrenó en la Argentina, durante los años de la última dictadura, se había mutilado la totalidad de las escenas en las que aparecía Alterio interpretando al dirigente sindical de izquierda Marcelino Camacho. “Cuando llegó la democracia y la película se reestrenó completa en 1984, el mismo distribuidor argentino que había cortado antes mis secuencias publicitó el regreso con la frase: «Y ahora con la presencia de Héctor Alterio». Me causó mucha ternura de su parte”, dijo años después.

Mientras su carrera en el cine y la televisión de España no dejaba de crecer y se extendía hacia otros países europeos (Italia, sobre todo), el retorno de la democracia en 1983 le permitió regresar a la Argentina. Y cada vuelta fue una nueva oportunidad para reencontrarnos con su talento en algunas de las películas más importantes y ambiciosas de aquellos años, de Camila a Los chicos de la guerra. De esa etapa fecunda se recuerdan sobre todo sus vitales apariciones en la filmografía de Marcelo Piñeyro (Cenizas del paraíso, Caballos salvajes, Plata quemada) y, antes que eso, una suerte de gran cuenta saldada con los tiempos del exilio: La historia oficial, de Luis Puenzo, que en 2005 consiguió lo que no pudo alcanzar La Tregua: el Oscar a la mejor película extranjera.
El trabajo permanente y los múltiples reconocimientos aplacaron por fin el dolor del exilio nunca ocultado por un hombre que había llegado a España para pasar una semana y se quedó allí más de cuatro décadas. Tantos y tantos viajes de ida y vuelta lo convirtieron en una suerte de abanderado del cine latino en España, título con el que recibió el Goya de Honor a la trayectoria en 2004. Más que eso, le gustaba definirse como “un actor en permanente viaje entre la Argentina y España”, dos países en los que después de aquéllas privaciones iniciales nunca dejó de alimentar su vocación repartiendo el tiempo entre el cine y el teatro.

Serán difíciles de olvidar entre nosotros sus apariciones en películas como Caballos salvajes (en donde pronunció una frase, la p… que vale la pena estar vivo, luego incorporada al imaginario popular argentino) Kamchatka (que siempre le hacía recordar el duro tiempo inicial del exilio), Esperando al Mesías, El hijo de la novia y Vientos de agua, entre muchos otros. De todos los directores argentinos con los que trabajó tenía una especial conexión con Juan José Campanella, que lo dirigió en esas últimas dos obras. “Tiene un talento único, muy argentino, y a la vez universal”, dijo de él en una de sus últimas entrevistas con LA NACION.
Sobre las tablas
El teatro, en tanto, le servía sobre todo para definir cuál era la misión del actor. “La ventaja del teatro es que puede mejorar en cualquier caso la experiencia personal que cualquiera tuvo en la función anterior. Y todo depende del actor. Cuando salgo al escenario peleo con el público y con el texto, y eso me rejuvenece, me hace sacar lo mejor de mí mismo. Me enfrento al silencio del público y sé que vivo gracias a ese silencio”, dijo en 2007, un año antes de ganarse todo el aplauso del público porteño al representar en un teatro de Buenos Aires junto con otro grande, José Sacristán, la obra Dos menos, dirigida por Oscar Martínez.
Conservó hasta el final ese fuego sagrado. Fue en ese tramo postrero un hombre que hablaba con letras de tango en Fermín (2014), la última película que rodó en la Argentina, y también el entrañable protagonista de la versión teatral española de En la laguna dorada. Tan fuertes eran las energías que le transmitía el teatro que a los 91 años, en plena pandemia, se animó a interpretar en vivo Como hace 3000 años, un recorrido por la poesía y la memoria de León Felipe, una de las figuras a las que Alterio más tiempo le dedicó en el medio centenar de obras teatrales que protagonizó en España.
Mientras tuvo fuerzas (y vaya si las conservó hasta el final) para hacer ese viaje feliz entre sus dos mundos, geográficos y artísticos, Héctor Alterio defendió su mayor convicción: nunca recurrió a la ayuda de un método para actuar. “Lo mío -repetía una y otra vez- es nada más que sudor y lágrimas”.
