Dios Gutiérrez, Walter Martín Melo y Carlos Diego Manzaraz fueron Consagrados Sacerdotes
Durante una ceremonia concretada el viernes 24 de octubre, en la Catedral Basílica de Nuestra Señora del Valle, los jóvenes Juan de Dios Gutiérrez, Walter Martín Melo y Carlos Diego Manzaraz consagraron sus vidas al servicio de Dios y de la Iglesia, a través del ministerio sacerdotal.
La Santa Misa fue presidida por el Obispo Diocesano, Mons. Luis Urbanc, y concelebrada por sacerdotes del clero catamarqueño y de las Arquidiócesis de Tucumán y Salta, entre ellos el Rector del Seminario Mayor de Tucumán, Pbro. Amadeo Tonello.
En el inicio de la celebración eucarística, el Vicario General de la Diócesis, Pbro. Julio Quiroga del Pino, leyó el decreto de ordenación sacerdotal, y luego de la proclamación de
la Palabra fueron presentados los candidatos al Orden Presbiteral por parte del Pbro. Julio Avalos, responsable de las vocaciones consagradas en la diócesis catamarqueña.
En su homilía, Mons. Urbanc agradeció de corazón a las respectivas familias de los ordenandos: don Lorenzo Gutiérrez y doña Cecilia Villagra, don José Manzaraz y doña Alicia Molina, don Ramón Melo y doña Miriam González. “Que el Señor y la Virgen del Valle los premien con salud, paz, alegría, profunda satisfacción interior y bendiciones especiales por haber acompañado con el ejemplo de su vida, la oración, el consejo oportuno y el respeto a sus respectivos hijos, a fin de que maduraran
con libertad y generosidad el llamado de Dios a la vida y ministerio sacerdotal”, dijo. Hizo lo propio con las comunidades parroquiales de origen “por haber acompañado con la oración, el cariño, el aliento y el trabajo pastoral la formación humana y cristiana de Juan de Dios, Diego y Martín”, como también a los sacerdotes, docentes, catequistas, miembros de grupos apostólicos, vecinos, enfermos, ancianos, etc., “que de un modo u otro han aportado su granito de arena para que hoy celebremos este regalo que Dios hace a su Iglesia y al mundo”, manifestó el Pastor Diocesano.
En otro tramo de su predicación, el Obispo contextualizó el tiempo especial en que ocurre la ordenación, mencionando el año dedicado a los niños y adolescentes, que concluirá el 8 de diciembre, y a las puertas del año dedicado a los laicos, quienes “serán no sólo destinatarios de su misión sacerdotal, sino sus estrechos y habituales colaboradores en la catequesis, la liturgia, la caridad, la administración, la evangelización, el cuidado de los enfermos y de los lugares sagrados, etc.”, dijo, mientras peticionó: “Ámenlos, no los subestimen, valórenlos, consúltenlos, denles el lugar que tienen en la misión de la Iglesia y ayúdenlos a ocuparse con tino y estilo laical en los quehaceres temporales ya que allí deben ser luz, sal y fermento, apóyense en ellos, especialmente en la realidad de sus familias, en las que encontrarán a esos padres y madres, hermanos y hermanas que los ayudarán a ser célibes, alegres, libres, generosos, respetuosos, serviciales, sensibles, puros, desinteresados, leales, creativos, sacrificados, austeros, pacientes, creyentes, esperanzados y caritativos, es decir, piadosos, auténticos y creíbles discípulos-misioneros de Jesucristo”.
Asimismo, los exhortó a que “amen con verdad y con entrañas de misericordia a las personas que el Señor ponga en sus manos, sean pobres con Cristo pobre, castos con Cristo Casto y obedientes como Él. Prioricen siempre al otro. Sufran como verdaderos
padres los defectos y debilidades de los demás”.
Rito de ordenación
Concluida la predicación, se desarrolló el rito del Sacramento del Orden en que Juan de Dios, Walter Martín y Carlos Diego fueron interrogados por el Obispo acerca del grado de libertad, rectitud de intención y conciencia del paso que daban para toda la vida en el grado de presbíteros; y luego estrecharon las manos del Pastor Diocesano, prometiéndole obediencia y respeto.
Posteriormente, postraron humildemente para pedir la protección de todos los santos. Concluido el canto de las Letanías, se realizó la imposición de las manos del Obispo y de todos los sacerdotes en señal de acogida del colegio presbiteral.
El rito continuó con la unción de las manos con el Santo Crisma para significar que obrarán de hoy en más en la persona de Cristo, el Ungido por el Padre.
Los nuevos presbíteros fueron revestidos, sacerdotes y familiares colocaron a cada uno de ellos la estola según el modo presbiteral y la casulla, pasando desde ese instante a formar parte del clero.
La ceremonia se completó con la entrega de la patena con el pan y el cáliz con el vino a los nuevos presbíteros y el saludo de éstos al presbiterio reunido en torno al altar.
La celebración eucarística siguió de acuerdo con lo establecido por la liturgia, y al momento de la Comunión, distribuyeron la Sagrada Eucaristía a la gran cantidad de fieles, familiares directos y amigos, muchos de ellos llegados desde lejanas comunidades del interior de la diócesis catamarqueña, y de otras jurisdicciones eclesiásticas vecinas como Salta, Tucumán, La Rioja, entre otras, quienes colmaron jubilosos el templo catedralicio.
Antes de concluir la ceremonia, los flamantes presbíteros se consagraron a la Santísima Madre del Valle, junto a todos los presentes.
En un gesto de humildad, el Obispo Diocesano se arrodilló delante de cada uno de los jóvenes sacerdotes, para recibir su bendición. Luego salieron en procesión hasta el atrio de la Catedral Basílica, donde recibieron muestras de afecto y de gratitud por su total entrega a Dios y la Iglesia.
TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA
Queridos hermanos:
Muchísimas gracias por participar en esta celebración en la que ordenaré sacerdotes a los diáconos Juan de Dios Gutiérrez, Diego Manzaraz y Martín Melo, quienes han ejercido este ministerio desde el pasado 28 de marzo en las parroquias de Nuestra Señora de Luján y Nuestra Señora de Belén. Infinitas gracias a los laicos, consagrados y sacerdotes de estas comunidades por el acompañamiento brindado. El Señor los bendiga.
Antes de proseguir, saludo y agradezco de corazón a las respectivas familias de los ordenandos: a don Lorenzo Gutiérrez y doña Cecilia Villagra, a don José Manzaraz y a doña Alicia Molina y a don Ramón Melo y doña Miriam González. Que el Señor y la Virgen del Valle los premien con salud, paz, alegría, profunda satisfacción interior y bendiciones especiales por haber acompañado con el ejemplo de su vida, la oración, el consejo oportuno y el respeto a sus respectivos hijos a fin de que maduraran con libertad y generosidad el llamado de Dios a la vida y ministerio sacerdotal.
¡Cómo no agradecer a sus comunidades de origen!: Ntra. Sra. de Belén, Santa Rosa de Lima y San José Obrero por haber acompañado con la oración, el cariño, el aliento y el trabajo pastoral la formación humana y cristiana de Juan de Dios, Diego y Martín.
También cuentan, ¡y mucho!, los sacerdotes que los bautizaron, confesaron, dieron la comunión, acompañaron en el discernimiento y marcaron con el ejemplo de su vida. Aquí saludo de corazón a los formadores del Seminario Mayor de Tucumán, donde me tocó recibirlos como rector en el inicio del camino formativo. Muchas gracias por el servicio prestado. Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, los bendiga con creces por su entrega en esta delicada y ardua tarea de acompañar la formación, el discernimiento y la configuración con Cristo, Servidor, Maestro, Pontífice y Buen Pastor, de los tan diferentes y complejos candidatos a la vida sacerdotal.
En fin, son muchas otras personas: docentes, catequistas, miembros de grupos apostólicos, vecinos, enfermos, ancianos, etc., que de un modo u otro han aportado su granito de arena para que hoy celebremos este regalo que Dios hace a su Iglesia y al mundo.
Y qué no decir de nuestra querida Madre Santísima del Valle. Ella, junto con su esposo san José, son los incansables artesanos y garantes, en colaboración con el Espíritu Santo, de la gestación, formación y cuidado de las vocaciones sacerdotales, consagradas y misioneras. Qué alegría no tendrá Ella de ver consumada la primera parte de su maternal esfuerzo, y, de ahora en más, pondrá mayor empeño en cuidar esta obra maravillosa del Espíritu Santo, preservándolos del mal y conduciéndolos por el arduo y apasionante camino de la santidad.
Y ahora, queridos Juan de Dios, Diego y Martín, volvamos nuestra mente y nuestro corazón a la Palabra de Dios que acabamos de escuchar.
De hoy en más la Iglesia les confía la noble tarea de “velar por ustedes y por todo el rebaño sobre el cual el Espíritu Santo, en instantes, los va a constituir en guardianes para que apacienten a la Iglesia de Dios, que Cristo Jesús adquirió al precio de su propia sangre”, sabiendo, con toda certeza para que no caigan en presunción, que “se introducirán entre ustedes lobos rapaces que no perdonarán al rebaño, más aún, de entre sus más allegados surgirán personas que tratarán de arrastrar a los discípulos con doctrinas perniciosas. Velen y recuerden que durante nueve años, de noche y de día, la Iglesia no ha cesado de aconsejarlos con lágrimas a cada uno de ustedes, y, ahora los encomienda al Señor y a la Palabra de su Gracia, que tiene poder para construir el edificio y darles la parte de la herencia que les corresponde, con todos los que han sido santificados” (cf. Hch 20,28-32).
La ordenación de ustedes ocurre en el año dedicado a los niños y adolescentes, que concluirá el 8 de diciembre, para dar lugar al año dedicado a los laicos… Sí, queridos Juan de Dios, Diego y Martín, ellos serán no sólo destinatarios de su misión sacerdotal, sino sus estrechos y habituales colaboradores en la catequesis, la liturgia, la caridad, la administración, la evangelización, el cuidado de los enfermos y de los lugares sagrados, etc.: ámenlos, no los subestimen, valórenlos, consúltenlos, denles el lugar que tienen en la misión de la Iglesia y ayúdenlos a ocuparse con tino y estilo laical en los quehaceres temporales ya que allí deben ser luz, sal y fermento, apóyense en ellos, especialmente en la realidad de sus familias, en las que encontrarán esos padres y madres, hermanos y hermanas que los ayudarán a ser célibes, alegres, libres, generosos, respetuosos, serviciales, sensibles, puros, desinteresados, leales, creativos, sacrificados, austeros, pacientes, creyentes, esperanzados y caritativos, es decir, piadosos, auténticos y creíbles discípulos-misioneros de Jesucristo.
Ruego al Señor que lo rezado por el creyente que compuso el salmo 83,3-6.11, sea la más íntima convicción de cada uno de ustedes y que así lo perciban siempre los fieles en su modo de pensar y actuar: “Mi alma se consume de deseos por los atrios del Señor; mi corazón y mi carne claman ansiosos por el Dios viviente… ¡Felices los que habitan en tu Casa y te alaban sin cesar! ¡Felices los que encuentran su fuerza en ti!… Vale más un día en tus atrios que mil en otra parte; yo prefiero el umbral de la Casa de mi Dios antes que vivir entre malvados”.
En esta hora de sus vidas, amados Juan de Dios, Diego y Martín, como lo fue en la vida de los apóstoles, cuando eran ungidos sacerdotes para siempre en la Última Cena, es oportuno que Jesús mismo les recuerde que también ustedes estaban en su corazón cuando decía a Dios: “Padre santo, manifesté tu Nombre a los que separaste del mundo para confiármelos. Eran tuyos y me los diste, y ellos fueron fieles a tu palabra. Yo les comuniqué tu palabra, y el mundo los odió porque ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad. Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo. Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad” (Jn 17,6.14-19).
Queridos Juan de Dios, Diego y Martín, por el amor de Dios Padre, por la preciosa Sangre de Jesucristo y por el maternal amor de María Santísima sepan que a un administrador se le pide que sea fiel y que cumpla con lo que se le ha confiado. Amen con verdad y con entrañas de misericordia a las personas que el Señor ponga en sus manos, sean pobres con Cristo pobre, castos con Cristo Casto y obedientes como Él. Prioricen siempre al otro. Sufran como verdaderos padres los defectos y debilidades de los demás. “Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense. Que la bondad de ustedes sea conocida por todos los hombres. No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios. Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús” (Flp 4,4-7). ¡Así sea!
¡¡¡Nuestra Madre del Valle!!! ¡¡¡Ruega por nosotros!!!