River perdió 3-1 ante Palmeiras en Brasil y quedó eliminado de la Copa Libertadores en cuartos de final

La perfección no existe. No por sí sola. River, que durante cincuenta minutos sintió que lo imposible era factible por ese gol de Maxi Salas a los siete minutos y fracción, no consiguió contribuir con el guiño que le dio el resultado (y que había propiciado). Y pagó caro y a dólar tarjeta sus errores. Se durmió en el confort de un primer tiempo en el que parecía que todo iba a salir bien. Se aferró demasiado al optimismo que se había autogestionado. Y falló. Y marchó de la Copa Libertadores con un resultado que en el entretiempo hubiera sido impensado. Pero que fue tan real como la abismal diferencia de jerarquía y templanza con su adversario, inclemente y voraz.
Casi como si la serie se hubiera diagramado para que se cerrara el círculo: el final del partido en el Allianz Parque se asemejó tanto al arranque de la llave en el Monumental que pareció escrito. De imponer el rigor y la tensión incluso sin el dominio en un primer tiempo en el que supo cómo ocupar los espacios, estar presente pese a no dominar el juego e imponerse con la tensión en las divididas y en el área y hasta quedar a un mano a mano fallado por Castaño, River se desplomó por carencias crónicas. Reincidió en errores que ya había cometido en el Liberti, como el que derivó en el empate de Vitor Roque: una mala respuesta de Armani, una salida fallida de Rivero (la única en un partido que era para mención honorífica) y ya no pudo reconstruir su tetris estructural. Y entonces, se desmoronó.
El empate caló demasiado en lo emocional de un River que hasta ese momento había estado presente, enfocado. Y que cuando debió tomar riendas desde la inteligencia, desde la gestación pausada para no caer en la trampa de la desesperación, falló. Estuvo muy cerca a través de un tiro de Salas (incómodo y cruzado) de volver a meterse en juego. Pero lo había advertido Gallardo: las pocas que iba a haber tenían que entrar. Y ya no entró otra.
River involucionó, retrocedió casilleros hasta volver al primer tiempo en el Liberti. Necesitado, está claro, Gallardo cambió en pos de ir a buscar el segundo, privándose de los que razonaban con la pelota en los pies (Quintero y Nacho Fernández) mientras quedaba en cancha un Castaño que no justificó la confianza de mercado. Light en tensión y concepto, el centrocampista generó pérdidas peligrosas y contragolpes que vigorizaron poco a poco a Palmeiras a la vez que erosionaron la confianza colectiva de su equipo. Además de cargarlo peligrosamente de amarillas por errores no forzados: los fallidos del colombiano, por caso, derivaron en las tarjetas a Portillo en el primer tiempo y a Salas (a quien Matonte echó por error y luego se corrigió) y a Enzo Pérez.
Fue demasiado abrupto el cambio de River que Palmeiras pegó el estirón. Pasó de generar murmullos en las gradas en el primer tiempo por verse forzado a buscó con pelotazos largos bien domados por Martínez Quarta y Rivero -o con búsquedas largas por las bandas que casi siempre neutralizaron Montiel y Acuña- a encontrar los espacios. A creérsela. La prueba: la corrida de Torres que derivó en el foul (y la expulsión) de Acuña y el gol de Flaco López. El primero del doblete que cerró con una definición exquisita, acorde al estatus de Messi que le puso su compañero Rafael Veiga. Terminando de desmoronar a River.
La calentura del final, el rodeo a Matonte, la bronca hasta la zona del túnel y la desazón fueron síntoma de cómo terminó el CARP el partido. Un equipo que necesitará reflexionar introspectivamente para salir rápido de este golpe. Y aprender: no puede volver a dormirse en los laureles.
OLË San Pablo (enviado).