Es argentino, recorrió 193 países, estuvo preso en Irak y vivió como un náufrago en una isla: “Messi y Maradona me han acompañado”

Desde muy chico, Nicolás Pasquali supo que quería saltar de un lado a otro del mapa como lo hacía con su dedo sobre un globo terráqueo. Cuando tuvo la edad suficiente y una profesión, cumplió su objetivo de recorrer el mundo. En esta entrevista del ciclo Voces, el viajero comparte sus experiencias y el propósito que lo impulsó a cumplir su sueño: “Es un viaje más interior que exterior”

Nicolás pasó por todo eso. Y por mucho más. “Donde transcurre la historia es donde realmente quiero estar. Mi propósito de vida es este, no tengo otro”, cuenta este joven de 33 años que, aun cuando lo conoció todo, asegura que siempre preferirá la Argentina.

Pensar que todo comenzó encerrado entre las paredes de la casa de su infancia. “Cuando tenía seis años, jugaba con el globo terráqueo a poner el dedo y ver qué decía: ‘Etiopía’. Después me sentaba en la computadora y buscaba en la Enciclopedia Encarta, porque en ese momento no estaba Google: ‘Etiopía, el lugar más caliente de la Tierra’. ¡Guau! Entonces ahí volvía al globo terráqueo y buscaba otro país”, recuerda Nico.

En un momento, aquel niño llegó a una conclusión pragmática: “No puedo estar yendo del living a la computadora. Es más fácil si visito todos los países del mundo”. Y le contó su deseo a sus padres. “No tiene sentido”, fue la respuesta. “¿Cómo que no tiene sentido? Pero de alguna manera…”, murmuró.

En post de su proeza, Pasqualli hizo de todo: dio clases de tenis 12 horas los fines de semana (de adolescente, estuvo rankeado entre los mejores jugadores de la Argentina), trabajó en un banco, repartió volantes, manejó un Uber de madrugada, vendió electrodomésticos por la web. “No fue suerte: fue mucho trabajo”, advierte.

—¿Sos especialista en finanzas y solventás tus viajes con tus inversiones?

—Exactamente. Trabajo en conjunto con una sociedad de bolsa asesorando personas con el portfolio de inversiones que yo mismo construí, durante todo este viaje. La llamo la cartera antifrágil, porque está entre algodones: necesito seguir financiándome a medida que voy avanzando, no puedo arriesgarme tanto.

—¿Cómo arrancó el primer viaje?

—El primer viaje importante fue al África. Dije: “A ver, ¿estoy realmente preparado para esto?”. Si me la iba a bancar de verdad, tenía que arrancar por lo que cuesta, porque por Europa viaja casi cualquiera. Ahí fue donde me encontré con situaciones en las que tuve mucho miedo.

Nicolás Pasquali soñaba desde niñoNicolás Pasquali soñaba desde niño conocer el mundo y logró ser el primer argentino en visitar los 193 países reconocidos por la ONU.

—¿Tenías todo muy organizadito? ¿Ya sabías cuánto ibas a gastar, adónde ibas a ir?

—Como buen tipo de números, iba con todo extremadamente calculado. Pero falló muchísimo… Me agarró una pandemia en el medio, la cartera se hizo pelota, imprevistos que ni el más genio de los genios pudo prever. Y me encontré con que muchos destinos de África eran más caros que Europa y tuve que reajustar la cartera. De eso se trata. Argentina nos prepara mucho para eso: para estar preparados.

—Cuando te fuiste a ese primer viaje, ¿cuánto tiempo por delante tenías planificado?

—Me fui pensando que el viaje por todos los países del mundo me iba a costar seis años, y me llevó más de ocho.

—En todo ese tiempo, ¿cuántas veces viniste a la Argentina?

—Cuatro veces, más que nada para ver a mi familia. Me quedaba un mes, sobre todo en las Fiestas, para después partir a continuar el objetivo.

—Conocer los 193 países que existen, ¿tenía que ver con un récord Guinness, con armar un documental, con escribir un libro?

—Bueno, estamos trabajando en algo muy muy grande que tiene que ver con mi historia y todas las cosas que me han pasado, que son muy fuertes, con la gente que me he topado en el camino, con una enseñanza. Pero no puedo contar muchos detalles. Esto empezó con esa curiosidad del globo terráqueo, de chico. Y después, de grande, me quería cumplir a mí: pagar mis deudas en este mundo. Puedo ir a trabajar y todo, pero mi vida perdería sentido. Es muy profunda la vuelta que hay que darle para sacar esa enseñanza, y me gustaría que cualquiera, en lo que haga, tenga ese mensaje.

Su viaje incluyó experiencias límite,Su viaje incluyó experiencias límite, como quedar varado en una isla africana y ser detenido en Irak y el Congo.

—Con tantos países por recorrer, y más allá de tener ocho años, ¿llegás a conocer los lugares? Porque me imagino que vas a China y no podés estar tres días…

—Haciendo el cálculo, lo podría haber hecho sin problemas en dos años o un poco más, si uno quiere sacárselo de encima, como quien dice. Pero esto no es una lista de supermercado sino una lista de lugares impresionantes, donde no solamente quiero conocer sino también conectarme. De lo contrario, el viaje carece de su sentido, que es satisfacer la curiosidad. Entonces, por ejemplo, si yo voy a Afganistán, piso el aeropuerto, me saco una foto en el centro de Kabul y me voy, está bien: sí, lo visité. Y puedo tener el récord. Pero carecaría de sentido. Entonces, ¿cuál es el sentido? Ir ahí, conocer a la gente, probar comidas típicas, entender por qué viven de esa manera. Y crecer desde adentro. Esto tiene mucho más que ver con el sentir. Es un viaje más interior que exterior: llevarme conmigo todo lo de afuera y nutrirme de eso.

—¿Me contás situaciones extremas que enfrentaste al recorrer el mundo?

—Estuve atrapado en una isla en el África y no podía salir. Guinea-Bisáu, sobre el Golfo de Guinea, contiene un archipiélago de 84 islas de las cuales 20 no pertenecen al gobierno: en esas islas no hay control de natalidad, no hay documentos, ni cajero automático, ni baños. No hay absolutamente nada. Viven en tribus. Entonces voy al puerto y le digo a un pescador, porque así es cómo se maneja esto en África: “Llevame a alguna playa linda”. “Sí, subite”. No es común, no mucha gente va a estos lugares. Cuando llegamos a la isla me doy cuenta de que no había nada, y yo, pensando en un lugar que podía tener un restaurante… Saco el celular: no tenía señal. “Bueno, llevame de vuelta”, le digo. “No puedo. Ya son las tres de la tarde, nos costó seis horas llegar hasta acá”, me dice. “Bueno, llevame con vos”. “No, a mi isla no te puedo llevar porque no les gustan los blancos. Tenés que quedarte acá”. “¡¿Cómo?! Me lo tendrías que haber dicho…”. “Y… no. Vos me dijiste una playa linda y ahí está”. Me desesperé. “Quedate tranquilo: mañana a las 8 de la mañana te vengo a buscar por esta palmera”. El pescador me introduce con la tribu local: “Les dejo al blanco, mañana lo vengo a buscar”. Al otro día no vino. Y me quedé ahí. Yo estaba seguro, tranquilo. La gente de la isla me daba comida, me trataban bien. Pero la desesperación…

—Eras el náufrago.

—Literal. Pero por lo menos había gente. Al haber sido una colonia de Portugal, yo hablaba en portuñol con el jefe de la tribu. Fue toda una aventura el día a día con esta gente, tratar de comunicarme. Me enseñaron a pescar, armé una pelota de fútbol con cosas que tenía en la mochila. O sea, tenés que empezar a sacar tú creatividad porque sino…

Pasquali enfrentó peligros en zonasPasquali enfrentó peligros en zonas de guerra, tribus remotas y países con conflictos activos.

—Enloquecés.

—Enloquecés, realmente. Las horas no pasan, se hace de noche y no hay luz: a las seis de la tarde te vas a dormir. Yo dormía en mi carpa y ellos, en chozas armadas con los árboles. Al cabo de 11 días apareció otra lanchita. Y yo: “Por favor…”. “Sí, sí, claro, adelante”.

—¿Cuándo volviste de la isla, qué fue lo primero que hiciste?

—Llamar a mi mamá. Lo segundo fue ver la cartera de inversiones… (risas). Bueno, también estuve en varios países en guerra, como en Sudán. Vi cosas que realmente me impactaron, no hablo solamente de cuerpos, de situaciones que ahora prefiero no nombrar… He visto, por ejemplo, campos de las Naciones Unidas vacíos, donde había gente que tuvo que escaparse, o que no logró escapar… Por lo general son europeos que trabajan en este tipo de posiciones, dando ayudas humanitarias, y son edificios que están ahí, abandonados, que ya los tuvieron que dejar. O en casas en las que hay una cama que se tuvo que dejar, con un cuadrito, con la sábana del tipo que por ahí…

—Es tremendo, la vida de alguien.

—Es eso: meterse en lo que fue la vida de alguien, o en la casa de otro. Me decía: “Sí, usala, ¿cómo no?”. Era como darle la comodidad al blanco, ¿no? “Bueno, este chico vino a visitarnos”.

Mencionar a Maradona y MessiMencionar a Maradona y Messi más de una vez lo rescató de alguna situación dificil.

—¿Cómo los convencés de entrar?

—Obviamente, todo parte por algo comercial. Hubo que comerciar con ellos, decir: “Voy a llevar ayuda humanitaria a través de una ONG que me bancó en esto”. Siempre con una carátula de “Periodista”, que no lo soy, pero era lo que convenía. Yo siempre voy como observador: nunca voy a juzgar los lugares que visito. Voy a aprender y a llevarme lo mejor de ellos. En junio del 2023 estuve en Azerbaiyán: tuve la oportunidad de subirme a un tanque de guerra, de dormir en un campo donde están los militares. Y ocurrió algo inesperado. Presenciamos un tiroteo que no estaba previsto, donde Armenia estaba avanzando sobre ese territorio, porque es un conflicto activo: Rusia figura ahí como ente de paz, separándolos; están los tanques rusos. Es una situación muy tensa. Después, ver a los heridos, que los están curando.

—¿Tenías miedo de morir ahí?

—Sí, siempre tenés ese miedo. Nos hicieron firmar lo que para nosotros sería “a lo que Dios quiera”, ¿no? Por suerte salió bien.

—A mí dejame en un all inclusive…

—A mí también me gusta el all inclusive. De hecho, con una novia austríaca que conocí en el camino fuimos a Punta Cana: “Nico, todo bien, pero nos la pasamos todo el tiempo acá, que la choza…”, me dijo. Y en octubre del 2021 fuimos a Punta Cana. “Está todo bien con esto de que nos apantallan, pero yo necesito algo más”, le dije al tercer día. Estábamos al lado de Haití, uno de los lugares más peligroso del planeta, el último país de Latinoamérica que me faltaba conocer. Y no aguanté: me levanté, me tomé un colectivo y fui a la frontera. No era el mejor día: dos semanas antes habían matado al presidente, siete días atrás hubo un terremoto, y después había desaparecido un barco de la ONU que fue a llevar ayuda. En la frontera me dijeron: “¿Vos estás seguro que querés entrar acá? Bueno, bienvenido”. “¿Y cuántos días me dan?”. “Los que dures…”. Tuve mucho miedo. Estuve cuatro días: fue uno de los países que le dediqué muy poco tiempo por su situación extrema. Después, me volví al all inclusive.

Nicolás Pasquali en Irak.Nicolás Pasquali en Irak.

—¿Estuviste preso?

—Sí, dos veces. Una en la República Democrática del Congo. Y la otra fue en Irak, y mirá qué dicotomía porque es mi país favorito: estuve 45 días visitándolo, conocí todas sus provincias, son gente espectacular, una hospitalidad de primer nivel. Pero me acusaron de espionaje y yo los entiendo: “¿Cómo puede ser que este chico esté acá, caminando solo, con un pasaporte de Occidente? No me cierra tu historia”, me dice el tipo. Me sientan ahí a charlar, pero no me entendían mucho porque mi árabe es escueto, y mi inglés es bueno pero el de ellos, no. Mientras esperamos a un traductor… al calabozo, acusado de espionaje. “Míster Pasquali, me decís que sos turista pero realmente, ¿a qué venís acá? Estuviste en Libia, en el Líbano, en Siria, en Israel”. Y ellos no dicen Israel, dicen Palestina: nunca lo quieren nombrar. Yo no tenía forma de defenderme… Igual, después aflojaron: “Disculpanos por el malentendido, pero es raro que alguien venga por acá”. Antes, me había hecho amigo del carcelero: ser argentino es un documento. El europeo siempre está mal visto pero tiene más facilidades a nivel consular. Pero ser argentino es como que…

—Maradona.

—Claro. Nos pusimos a hablar: “¿Viste la final del Mundial?”. “Sí, sí”. Y entonces yo estaba acá, del lado de la cárcel, y el carcelero con el celular, los dos viendo los penales del Dibu (Martínez). Mi cumpleaños lo pasé ahí, el 25 de abril, en una cárcel de Irak.

—O sea que también le debés un poquito a la Selección…

—Sí (risas). Muchísimo. Muchas veces Messi y Maradona me han acompañado.

"Tenemos un pacto con ellos.«Tenemos un pacto con ellos. Nosotros no los comemos a ellos, y ellos no nos comen a nosotros», le dijeron en una tribu en Burkina Faso.

—¿Te pasó que en alguna situación te pudieran haber lastimado?

—Sí. En Burkina Faso, en la parte occidental de África. Llego a una tribu y me recibe una persona local, amigo de un amigo. Había cocodrilos, bichazos así, gigantes. Ellos juegan con los cocodrilos como si fueran mascotas, como quien trata a un perro, pero no están domesticados. Me muestran un poco el lugar, que esto, que lo otro, el mercado, las cosas que preparan. Y cuando llegamos a los cocodrilos, me dicen: “Quedate tranquilo que tenemos un pacto con ellos. Nosotros no los comemos a ellos, y ellos no nos comen a nosotros”. Es una tribu, entonces hay que entender cómo lo ven. Pienso: “Bueno, si estos tipos están vivos…”. Me saqué un millón de fotos ahí, con los cocodrilos: uno acostado, uno arriba. Todo bien, no pasó nada. Tenía miedo, pero estás ahí y la vorágine te lleva a que lo ves tan natural como ellos.

—¿Conociste a alguna tribu caníbal?

—No, por suerte no. Sí estuve en Somalia, donde están los piratas, que hay películas de eso, en el Cuerno de África: son comerciantes de mucho dinero, en muchos casos gente que está educada y sabe lo que hace. Ahí también conocí el mercado de drogas de Somalia. Venden lo que se llama qat, una planta similar a la marihuana que genera una sensación alucinógena al masticarla por cuatro, cinco horas. Es como si todos estuvieran en El eternauta, como hipnotizados con esto: te subís a un taxi y el tipo está con los ojos rojos, llegás al hotel y el tipo está así, agarrado sobre la silla. Lo mismo me pasó en Jamaica.

Pasquali busca capitalizar y aprenderPasquali busca capitalizar y aprender de los desafíos de cada experiencia, incluso en una dictadura como Corea del Norte.

—¿Cómo es Corea del Norte?

—Difícil. Estuve en el primer grupo de occidentales en pisar Corea del Norte después de cinco años. Vas ahí y no tenés Internet, no tenés conexión, no sabés qué va a pasar. Sí sabés que hay gente que no salió… El miedo era constante porque es una dictadura y cualquier error, te puede costar. Tenía instrucciones de qué hacer y qué no hacer, a qué sacarle fotos, a qué no, sí. Y también era una oportunidad para dialogar: ellos idolatran mucho a Hitler y a Mussolini. Uno ya sabe que no puede hablar de más.

—¿Cómo te fue en Israel?

—Espectacular. Es un país casi hermano para nosotros. He ido más de una vez y voy a volver. Me han recibido espectacular.

En Mauritania viajo en elEn Mauritania viajo en el tren más peligroso del mundo.

—¿Hay destinos sobrevalorados?

—Sí. El Coliseo romano. Me encanta, pero hay una cola de tres horas… El lugar tiene una historia, pero no lo pude disfrutar. Otro: las pirámides de Egipto. En Sudán están las pirámides de Meroe, que son mucho más grandes, más antiguas y tienen más historia. En Estados Unidos está el Gran Cañón, que es hermoso; pero en Etiopía está el Danakil Depression, que es el Gran Cañón pero multiplicado por diez.

—¿Hay algo que no te haya preguntado o que quieras contar?

—Sí. Quiero decir que me quedo con la Argentina, en todo sentido. Por su cultura, por su gente, por su gastronomía. Por la poca diferencia que hay entre razas, ideas y demás. No elijo otro país para vivir que no sea este.

INFOBAE PorTatiana Schapiro

Botón volver arriba
Cerrar
Cerrar